“El que no posee el don de maravillarse ni de entusiasmarse más le valdría estar muerto, porque sus ojos están cerrados.” Albert Einstein.
Cuando somos niños y estamos descubriendo el mundo, todo nos hace ilusión, vemos las cosas grandiosas y nos maravillamos con cualquier detalle.
A medida que pasa el tiempo esta actitud va disminuyendo y cada vez perdemos más la capacidad de asombro con la que nacemos.
Muchos de nosotros aprendemos a hacer, decir y pensar de cierto modo y si nos gustó, ahí nos quedamos, nos guiamos por fórmulas que la experiencia nos indicó que eran las correctas, ya sea por comodidad o por quedar bien con los demás.
Y así se nos van los días, los años…
Hace unos meses mi vida dio un giro y me di cuenta que era un momento de replantear y revalorar las cosas y de tomar un rumbo distinto.
Por un lado me sentí algo temerosa y por otro se abría un panorama que aunque no veía muy claro, me llenaba de ilusión. Había llegado a un punto en el que integraría todo lo que hasta ahora había tenido en fragmentos. Y decidí emprender un proyecto llamado “En mi mejor versión”.
En el proceso me di cuenta de que había estado estancada y decidí empezar a hacer cosas por primera vez, como cuando era niña.
Los resultados han sido impresionantes, he vuelto a sentir el “hoyito en la panza” de la incertidumbre y la sorpresa de vivir el momento. He renacido.
Hace tiempo que no me sentía tan maravillada y tan contenta y cuando me di cuenta que esto era resultado de hacer cosas nuevas, empecé a hacer esta pregunta a amigos y colegas. La mayor parte de ellos se quedaron pensativos, porque como yo, ya estaban acostumbrados a lo mismo de siempre.
Ahora la pregunta te la hago a ti ¿hace cuánto que no haces algo por primera vez?